Algunas veces se lo había contado a su padre y este siempre lo trataba de hacer entrar en razones diciéndole ¡¡¡Para ti es imposible hijo mío, tendrías que haber nacido con sangre real, pertenecer a la familia del Rey!!! de otra manera, únicamente ante una caída del reinado a causa de alguna guerra cambiarán las familias del poder le expresaba su progenitor.
Y el joven volvía a insistir ¡¡¡Voy hacer de mis sueños una realidad papá!!!
Es necesario cambiar la vida de los obreros del reino; no se puede vivir humillado como tú vives, trabajando todo el día para que finalmente te queden migajas de lo producido y el resto se lo lleven los vasallos de este injusto Monarca.
Pero hijo no están así, ellos nos cuidan, nos protegen, no ceden temporalmente parte de la tierra para que produzcamos.
A cambio de qué padre mío... Acaso no estás dejando la vida trabajando los surcos de la tierra, esforzándote en tu labor rural y en el poblado no le pasa lo mismo a los artesanos y fabricantes, que trabajan incansablemente y solo son dueños de su mísera pobreza.
Tanto insistió el joven que fue escuchado por otros jóvenes y un día la revolución estalló.
A veces para cambiar las cosas que nos humillan o nos perjudican solo es necesario sembrar la semilla de la esperanza en los corazones de las personas y motivarlas a cultivar una buena autoestima, convencerlos que los verdaderos dueños de la tierra son los que la trabajan.
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